tag:blogger.com,1999:blog-344037292024-03-13T01:25:33.441-03:00Guía Mí(s)tica de Buenos Aires"Yo no me ocupo sino de frivolidades, de cosas que que a nadie van ni vienen, como son las modas, los estilos, los usos, una que otra vez las ideas, las letras, las costumbres, y así, cosas todas de que los espíritus serios no deben hacer caso..."
-FigarilloBrandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.comBlogger25125tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-3351300319121824632007-08-27T16:27:00.000-03:002007-09-11T19:14:44.448-03:00En casa de cuchillero...De a poco voy mejorando mi existencia material.<br /><br />Hoy, vagando por San Telmo después de comer, entré en una tienda en la esquina de Tacuarí y México, atraído por las enormes ollas de aluminio que lucían en el escaparate.<br /><br />La panza llena de matambre a la portuguesa, estaba con ganas de comprar algunos cuchillos de carne Tramontina, esos serruchitos que pueblan las mesas de los restaurantes porteños, desde los más grasas hasta los más elegantes. Sólo varía la materia de la manga: en éstos, es de madera; en aquellos, de plástico negro.<br /><br />Conversé con el dueño de la tienda, un viejo amable que sonrió cuando le pregunté si tenía “cuchillos de bistec,” la traducción directa del inglés que se me vino a la mente.<br /><br />Me mostró varios modelos. Yo los inspeccioné con cuidado, deseoso de hacer una buena elección una vez que me enteré de los precios – más altos que había supuesto, pero no tan altos para disuadirme de comprar lo que, de repente, me parecía una necesidad del hogar.<br /><br />Al final, compré cinco de manga de madera. Mientras él los envolvía en hoja de diario, le repetí mi repulida micro-autobiografía, contestando la pregunta típica que mi anglicismo había provocado.<br /><br />Una vez que me cobró, le agradecí y le di la mano.<br /><br />Fue sólo en ese instante, mientras mi mano atravesaba el mostrador, cuando vi que en lugar de dedos, su mano derecha tenía cuatro muñones.<br /><br />Luego, al salir, se me ocurrieron dos cosas: primero, no obstante la ausencia digital, me<span style="FONT-STYLE: italic"> </span>apretó la mano como un caballero, sin vacilar<span style="FONT-STYLE: italic"></span>; y, segundo, este tipo de encuentro debe de ser el origen de un buen refrán.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-72408161373219226402007-08-22T14:22:00.000-03:002007-08-22T14:25:02.486-03:00Diálogo de la lengua (fragmento)Terminamos otro litro cuando Facundo Floripondio le comentó lo siguiente a Stu, dándole la botella vacía:<br /><br />-Andá a comprar otra; a vos te toca.<br /><br />A lo cual Stu respondió, sin vacilar:<br /><br />-Que andes vos… a la reputa que te reparió.<br /><br />-Pero ¿qué te pasa, loco?<br /><br />-¿Qué me pasa a mí? Estoy en pedo y fui yo el que pagó por toda la cerveza que tomamos esta noche, vagoneta de mierda.<br /><br />Facu miró al redentor trucho austral(iano) con una cara de asombro total antes de responderle, esta vez con un tono mucho más suave.<br /><br />-Sabés, es impresionante cómo has captado el argentino.<br /><br />-Al final, añadí yo, no es de sorprender: el chabón tiene el don de lenguas.<br /><br />-No, no, pero estoy hablando en serio, protestó Facu. Mirá, como los dos saben, hablo inglés remal, pero me defiendo en francés, eh. Y no es por casualidad: me pasé dos años en la Bélgica, después de recibirme. Así que entiendo lo difícil que es aprender a hablar una lengua cuando ya sos grande. Y no me refiero a agarrar la gramática, ni leer libros; eso viene bastante fácil y cualquier pelotudo que tiene la disciplina para dedicarse a estudiar un lenguaje lo puede hacer. El habla es otro tema.<br /><br />-Mirá, prosiguió Facu, a mi modo de ver, hay cuatro fases de la adquisición de una lengua extranjera. Primero, uno aprende a putear. Pero putea mal, viste. Hasta el yanqui más pelotudo (con todo respeto, Brandán) capta “boludo” pocas horas después de pisar Buenos Aires por primera vez. Por ahí se pasa un semestre entero aspirando merka en el baño de un boliche frente al cementerio de Recoleta, pero, sin lugar a dudas, antes de irse, habrá aprendido “dejate de joder” y un par de cosas más.<br /><br />-Probablemente un treinta por ciento pasa al próximo nivel, lo que yo llamaría un conocimiento funcional. El acento, fatal; la conjugación de verbos, más allá del tiempo presente, un desastre. Pero un tipo así puede pedir lo básico en un restaurante y tal vez formular las frases necesarias para conseguir algo cuyo nombre desconoce, como un medicamento. Pero, sin superar este nivel, nunca llegará a participar en conversaciones entre hablantes nativos, nunca va a manejar el lenguaje con la sutileza que le permite captar dobles sentidos ni usar metáforas ni juegos de palabras, hasta los más simples.<br /><br />-Así yo era cuando conocí a la gorda, dijo Stu.<br /><br />-Y eso es lo esencial: más allá de la disciplina, superar la segunda etapa exige un cambio no académico ni intelectual, sino social: hay que, de una forma u otra, asimilarse a una comunidad de hablantes del lenguaje en cuestión. Es en esta fase que los franchutes te corrigen hasta que los querés matar a todos, en que los argentinos – y los hispanohablantes en general – te repiten el mismo cumplido cada vez que trabás una conversación con un desconocido, como si fuera por milagro que hables así: “pero ¡qué bien hablás!”<br /><br />-Al final, si tenés suerte y ciertas capacidades lingüísticas, después de mucho, mucho tiempo, llegás a poder participar de un intercambio entre locales, hasta decirles chistes que les hacen reír. De hecho, la risa es clave, porque cuando metés la pata, es igual: tus interlocutores se cagan de la risa.<br /><br />-Pero siempre se reían de mí, dijo Stu.<br /><br />-Sí, pero ahora la risa es distinta. Se ríen, sabiendo que vos entendés porque lo hacen. Y no hay mejor forma de aprender que ser humillado, ¿no? Raramente volvés a repetir ese error, por lo pequeño que sea.<br /><br />-Y luego, te hacés bilingüe, ¿no? le pregunté.<br /><br />-No, loco, lo del bilingüismo es una mentira, una imposibilidad. Si no aprendés un lenguaje desde que sos muy chico, jamás vas a poder llegar a hablarlo perfectamente. Es decir, a menos que seas Joseph Conrad, olvidateló.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-75047376809368717002007-08-18T20:39:00.000-03:002007-08-18T20:49:34.525-03:00como a pluma que o vento vai levando pelo arSe está armando una murga en la cocina del convento.<br /><br />Se está armando una murga en la cocina, a pesar de que faltan meses para carnaval.<br /><br />Hace más frío que la chucha este año en Buenos Aires, y Godoy Cruz está callada y desierta. Godoy Cruz, donde siempre había un carnaval nocturno, donde los travas taconeaban las veredas y los autos desfilaban a cámara lenta.<br /><br />Los curas se hartaron del quilombo y se quejaron, pero su guita no superó la de los cafishios. Al final, se decidieron a mudarse a una quinta en las afueras.<br /><br />Pasaron unos meses más antes que el espectáculo se convirtiera en un asunto de la moralidad pública: salió en una revista la foto de un diputado hurgando bajo una pollera de vinilo. Luego, fue cuestión de un par de días antes que pasaran una ley desplazando a los travestis al Bosque de Palermo.<br /><br />Entretanto el convento quedaba vacío, la estatua de la Virgen fue robada de su nicho, las paredes rayadas por un hincha de Vélez.<br /><br />No estoy seguro cómo Enzo llegó a vivir allí; un cura era el mejor amigo de la infancia de su tía abuela en Calabria, o algo por el estilo.<br /><br />Esta noche Enzo prendió velitas y las puso sobre el altar de la capilla, devolviéndole un poco de la onda mística que habría perdido cuando la desacralizaron. La miramos, pero nadie entró, o por respeto o por fiaca.<br /><br />Aparte de eso, una fiesta típica: grupos congregados en el patio, fumando; el living a oscuras, la música a full, boys doooon’t cry; una surtida de botellas sobre la mesa del comedor.<br /><br />Menos los que ya están girando en la pista, saludamos a todos con besos. Nos servimos cervezas, nos juntamos con los que giran en la pista, nos servimos más cerveza.<br /><br />Cuando se agota la birra, salimos, llevando ponchadas de botellas como si fuera leña.<br /><br />Se agota nuevamente la cerveza. Los más optimistas abrimos la heladera otra vez, en balde, haciendo caer al suelo una bandeja metálica. <br /><br />-Pero ¡ésta es una murga! grita alguien.<br /><br />Para Juan ya es demasiado tarde para metáforas, hasta las más comunes y corrientes: recoge la bandeja y se pone a tamborearla, <span style="font-style: italic;">tak tak tak</span>, y, mientras lo hace, Stu saca una cuchara de la bacha y la da contra una botella vacía: <span style="font-style: italic;">dinkadinkadinkadinka</span>. Bárbara sacude un bote de arroz, <span style="font-style: italic;">shukashukashukashuka</span>.<br /><br />Ángela, la petisa andaluza, golpea una olla casi tan grande como ella con un cucharón de madera; Enzo martillea su propia sartén hasta que vuelve una masa deforme.<br /><br />Inspirados por el cacerolazo, Bruno golpea la mesada e Iván le caga a patadas a la puerta de metal, <span style="font-style: italic;">BOOOOMBOOOOMBOOOOM</span>.<br /><br />Esta noche se está armando una murga en la cocina del convento de Godoy Cruz. Esta noche hay carnaval sin religión, sino rito, sin disfraces, sin transacciones. Mañana tendremos que barrer y pedir disculpas. Pero esta noche estamos armando una murga en el convento.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-67650022714520965642007-07-24T19:35:00.002-03:002010-09-15T12:40:27.583-03:00Gaumont, KM 0-¿Me hablás en serio? relinchó Facundio Florpondio. O sos masoquista o estás intentando recuperar tu identidad argentina perdida. No sé cuál es peor.<br /><br />Y con eso, cortó.<br /><br />Como algunos sabrán, me da fiaca ir solo al cine, así que llamé a Stu. Sabía que me iba a decir que me acompañaría, porque llevaba casi una semana encerrado en casa con su bebé.<br /><br />-¿Una pelí? Bueno, dale. Una vez que le dije el título me preguntó, ¿de qué va?<br /><br />Confesé que no estaba seguro, pero que era un documental del tipo que hizo <span style="font-style: italic;">La hora de los hornos</span>. A Stu no le sonaba.<br /><br />Llegué primero. O pensé que llegué primero. Saqué de mi bolsillo <span style="font-style: italic;">Op Oloop</span> y me puse a leer mientras esperaba a Stu.<br /><br />No había alcanzado el primer renglón cuando un tipo vestido con un abrigo de plumilla, una bufanda de All Boys y un gorro peruano se me acercó. Cuando “no, no tengo”, me estaba en la punta de la lengua, me di cuenta de que era Stu.<br /><br />De la cara, sólo se le veían la nariz y los ojos.<br /><br />-¿Entramos?<br /><br />Entramos.<br /><br />Stu, a veces muy hinchapelotas, insistió en que nos sentáramos en la segunda fila.<br /><br />Desde esa cercanía, las imágenes de la película me parecían distorsionadas: al comienzo, toma tras toma del paisaje de los extremos del país, una versión visual de ese disco de León Gieco. En casi todas se veía la sombra de un helicóptero.<br /><br />Y luego, una hora y media de montajes de astilleros, fábricas, museos polvorientos, aulas medio vacías y laboratorios que parecían sacados de la primera generación de <span style="font-style: italic;">Star Trek</span>, todo narrado por una voz pedante, sedosa y sedada. También había una serie de entrevistas con los ingenieros, profesores, trabajadores y científicos que laburan en esos lugares. Al principio, me parecían todos muy elocuentes, luego me di cuenta de que estaban usando el mismo puñado de frases hechas, que eran las mismas que usaba el narrador, que era el que hacía todas las entrevistas.<br /><br />Para colmo, el que salía más en la película era ese mismo hombre, el mismísimo viejito.<br /><br />-¡Es un Michael Moore viejo y argentino! me susurró Stu. Y luego tiró un pedo tremendo. Me cagué de la risa, lo cual provocó los silbidos de las filas detrás de nosotros.<br /><br />-Es que me morfé dos súper panchos antes de venir, se explicó.<br /><br />Al final de la película, rodaron los créditos: Fernando E. Solanas, Fernando E. Solanas, Fernando E. Solanas. Director, editor, productor, narrador, guionista, <span style="font-style: italic;">first grip</span>.<br /><br />Por un momento hasta creí que la pelí se llamaba <span style="font-style: italic;">Fernando E. Solanas</span>. Se lo dije a Stu.<br />-No, boludo, ¿no te acordás? Se llama <span style="font-style: italic;">Argentina latente</span>.<br /><br />Antes que se prendieran las luces, se estalló un aplauso tremendo. Nos dimos la vuelta y vimos una sala casi llena.<br /><br />En ese instante, desde la salida, se oyó una voz ya demasiado familiar:<br /><br />-Gracias por el aplauso.<br /><br />¿Quién lo creería?<br /><br />Allí, en carne y hueso, estaba Fernando E. Solanas: director, narrador, productor, editor, camarógrafo y público de su propia película.<br /><br />Los de la fila detrás de nosotros tenían los ojos aguados.<br /><br />-Voy a estar en el lobby si quieren conversar, nos dijo Solanas.<br /><br />-Es un viejo choto, me dijo Stu, demasiado fuerte.<br /><br />-¡Un poco de respeto, joven! exclamó una mujer que tenía un pañuelo en la mano.<br /><br />-Está bien, está bien, dijo Solanas. A mí gusta dialogar con los jóvenes, especialmente los insurrectos. Son el futuro de nuestro país.<br /><br />Un hombre le pidió que la sacara una foto con Stu. Solanas, encantado, asintió. Stu lo abrazó con el brazo derecho y sonrió hasta no poder más.<br /><br />Cuando salíamos, escuché al hombre decirle a su mujer:<br /><br />-Yo siempre suponía que era ateo.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-35337848809987187372007-07-21T19:10:00.000-03:002007-07-24T15:02:21.692-03:00El Desnivel, 2Luego de rematar los bifes, pedimos dos más. Y luego, postre: Stu y Enzo piden panqueques con dulce de leche; yo, queso y dulce; y Facundo Floripondio, un Don Pedro. Parece que le cae bien a nuestro mesero, Andresito the Giant, porque le da una botella llena de güisqui nacional para que el académico mendicante pueda administrarle su propia dosis al helado.<br /><br />Una vez terminado el postre, y mientras esperamos los cafés, Facu inicia la sobremesa con una disertación sobre la comida argentina que, por falta de memoria y elocuencia, reproduzco imperfectamente aquí:<br /><br />-Los viajeros ingleses que atravesaban la pampa a lo largo del siglo XIX invariablemente dedicaban unos renglones en sus crónicas a la monotonía de la dieta local, lo cual nunca ha dejado de sorprenderme, dado que estas plumas se nutrían de la comida nacional más sosa que haya conocido la humanidad.<br /><br />-Bond Head, por ejemplo, un milico hijo de puta y capitalista aspirante, se queja de que lleva días comiendo carne, acompañada sólo por agua de un arroyo cercano. Claro, no podía tomar su <span style="font-style: italic;">tea</span>, ni una gota de su preferido <span style="font-style: italic;">claret</span>; no podía comer el curry que sin dudas había probado en la India. En fin, estaba negado la ingestión de los productos que, subconscientemente, justificaban la aventura imperial que estaba en tren de emprender.<br /><br />-A la vez, la experiencia gastronómica de carnear una vaca y beber agüita fresca no era algo que ni Bond Head ni el mejor saladero pudieran reproducir fielmente.<br /><br />-Es como dice Lucio Mansilla: “una picana de avestruz, boleado por mí, siempre me ha parecido la más sabrosa”.<br /><br />-¿De qué carajo estás hablando? preguntó Stu. ¿Y dónde está mi café?<br /><br />Veo al Gigante abajo: está chamuyando con una mujer que pesará unos cien kilos menos que él. Echa la cabeza para atrás y suelta una risa que por poco hace temblar las tablas del entrepiso. Tiene dos filas de dientes jurásicos, ideales para masticar carne recién sacada de la parilla, sea avestruz, sea matambre, sea un bife bien jugoso.<br /><br />Facu se impacienta con preguntas como las de Stu y, sin darle bola, prosigue con sus pavadas:<br />-En su simplicidad la comida argentina es una articulación inmediata – es decir, no mediada – del campo; morfar un buen bife, alimentado de los pastos naturales de la pampa, no permite que caigas en la trampa del fetichismo capitalista. O sea, al masticar esa carne fibrosa, uno se queda consciente, trozo tras trozo, de los medios de producción que la hicieron.<br /><br />-Che, la verdad es que no tengo ganas en absoluto de pensar en Mataderos cuando estoy en un asado, le digo.<br /><br />-Pero lo estás haciendo sin darte cuenta, eso es lo que quiero que te metas bien en la cabeza, insiste Facu. Todo el rito del asado es un acto sobredeterminado de valores simbólicos, un conjunto de signos que remiten a un modo de vida inimitable.<br /><br />-¿Y los vegetarianos? pregunta Enzo.<br /><br />-Los vegetarianos, también, si bien pretenden alejarse del sacrificio ritual e industrializado que nos da nuestra identidad nacional. Pensalo bien: cada vez que un vegetariano come una milanesa de soja, lo que está ingiriendo es una concatenación complejísima de significantes vacíos – en el sentido lacaniano – porque en el acto de incorporar esa materia amasada y masificada, el vegetariano está conjugando una red compleja de valores culturales contradictorios y hasta incompatibles que les dan una unidad – si bien esa unidad es ilusoria o ilusiva – a las prácticas sociales preestablecidas por un sistema hegemónico en el cual los elementos constitutivos se relacionan de manera metonímica, por pura contigüidad. Es decir, en ese acto posmoderno por excelencia, el que niega a comer carne está rechazando la jerarquización ontológica que el platonismo le impone a la realidad y se burla, de forma radical, de la noción posaristotélica de una esencia inminente. Es decir, el único hecho ineluctible de ser argentino, de ser ciudadano de un país que vive precariamente de crisis en crisis, es comer. Comer argentino es ser argentino.<br /><br />-¡La puta que lo parió! grita el Gigante. ¿Quién pidió el café descafeinado con leche descremada?<br /><br />-Yo, dice Facu.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-83318168044469496212007-07-20T14:56:00.000-03:002007-07-21T19:21:13.311-03:00El DesnivelCuando veo la pegatina de <span style="font-style: italic;">Le Guide du Routard</span>, edición 2007 en la ventana, insisto en que vayamos a otro lugar, pero nadie me da bola.<br /><br /><a href="http://www.travelpod.com/travel-photo/lennyandcat/lifestooshort/1167745440/p1020378.jpg/tpod.html">Un mesero enorme, una reencarnación de Andre the Giant</a>, nos coloca en una mesa en un entrepiso con techo bajo. Lo admito, estoy de mala leche, y el hecho de que estamos rodeados de franchutes y casi encima de la parilla, lo cual asegura que salimos apestando a asado, no mejora mi ánimo.<br /><br />-Pero ¿qué te pasa, viejo? Stu me pregunta.<br /><br />Sí, nuestro redentor trucho está de vuelta, porque, desde que Eduardo O’Malley Mallea asumió la alcaldía de la ciudad, la policía metropolitana dejó de perseguirlo. Todo el quilombo de Tierra Santa, perdonado u olvidado.<br /><br />Estamos acá para festejar su retorno, de hecho, y no bien escucho su pregunta, me siento hijo de puta y, luego, un poco mejor.<br /><br />Somos cuatro: el gran tano Enzo, Stu Pantokrator y Facu Floripondio, docente ad honórem de la UBA y borracho terrible. Éste pide tinto con soda mientras los demás revisamos la faja gruesa de hojas que comprende la carta del restaurante.<br /><br />El mesero gigante, con una sonrisa sarcástica, nos apresura a pedir y Stu, sin vacilar, pide dos provoletas, dos choris, dos morcillas, dos bifes mariposa, una ensalada y dos porciones de papas fritas. No dudo que los cuatro podemos comer todo eso, pero soy consciente de mis bolsillos vacíos: ahora llevo casi un año sin laburar, se esfumaron mis ahorros, y estoy atrasado unos meses con el alquiler. Le recuerdo a Stu de mi sequía, pero me dice que no me preocupe.<br /><br />-Los invito a todos, dice.<br /><br />-¿Descubriste una mina de oro en la sierra cordobesa, o qué? bromea Facu.<br /><br />-No, no es eso, dice Stu, sonriendo y corre la cremallera de su campera. Debajo, tiene puesto una remera amarilla que proclama, en letras mayúsculas negras: <span style="font-weight: bold;">JUNTOS LO PODEMOS LOGRAR</span>.<br /><br />-¿Cuál será el antecedente del pronombre ése? pregunta Facu.<br /><br />-Ni puta idea, dice Stu. Pero digamos que este lema es el fuente de mis ingresos.<br /><br />Ahora me acuerdo la escena beatífica en Tierra Santa, cuando Stu repetía “Junto lo podemos lograr.” Y luego sucedió una cosa curiosísima: su presencia en Crónica, antes constante, se hizo nula, mientras los demás canales de la capital repitieron las imágenes del episodio por semanas seguidas. Y luego, sin explicación cualquier, esa frase insípida aparecía pintada en murallas a lo largo de la ciudad, desde Barracas hasta Villa Urquiza.<br /><br />No se sabe el momento exacto en el que adoptó Eduardo O’Malley Mallea la frase como el eslogan oficial de su campaña, pero estoy casi seguro que coincidió con el fracaso de su club de fútbol de subir a Primera.<br /><br />Ahora capto porque Stu prefiere esconderse entre extranjeros.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-60566074027224910142007-05-18T16:08:00.000-03:002007-05-18T16:09:26.913-03:00Tierra Santa, 3Con todos los fieles postrados alrededor mío, implorándome con los ojos aguados, no había otro remedio: dejé que Stu me agarrara la muñeca y metiera la mano bajo su auxilio, como si la introdujera en su costado. El efecto de esta acción pasó casi inapercibida, porque nadie se movió ni habló.<br /><br />Por un momento hasta los guardias de seguridad nos miraban atontados, dejando que sus radios emitieran unos sonidos crispados.<br /><br />Subimos al pequeño cerro, donde uno de los tipos que nos acompañaron al entrar a la Tierra Santa se puso a rezar el Padrenuestro. La multitud, con vez temblorosa, lo recitó con él.<br />Apenas terminaron cuando llegaron las primeras cámaras. Un locutor con un traje a rayas, la piel quemada como un tomate y una permanente de rulos loiros trepó hasta la cumbre del cerrito y empujó su micrófono hacia la cara imperturbada de Stu.<br /><br />-Dígame, por favor, ¿quién es usted y qué hace aquí? Me impresionó cómo mantenía una sonrisa de dientes cuadrados y blanqueados a la vez que hacía la pregunta.<br /><br />Stu ni lo miró. Más bien, levantó los brazos y entonó una frase corta y críptica que, si no me equivoco, no tiene nada que ver con la Biblia.<br /><br />-Hermanos y hermanos, juntos lo podemos lograr.<br /><br />Bajó los brazos lentamente; se veía en incrementos, porque la verdadera tormenta eléctrica de flash produjo un efecto estroboscópico. Stu, consciente de esto, aseguró que sus movimientos eran deliberados, aunque una tropa de policías corrían hacia nosotros.<br /><br />Mientras el locutor de la permanente y la sonrisa permanente sonreía a la cámara de su red, incapaz de decidirse a quedarse o evadir a las fuerzas de seguridad, Stu dio unos pasos hacia el público. Se apuraron a abrazarlo, protegiéndolo de los pocos canas que persistían en aprehenderlo. Los demás se habían incorporado al bullir de gente y extendían sus brazos hacia su presunto salvador.<br /><br />Rodeado, incapaz de salir, Stu mantenía una calma absoluta, esperando a que los policía le sacara a la gente, cuerpo tras cuerpo. Entre los llantos pude oírlo decirme:<br /><br />-Hijo mío, vaya con dios.<br /><br />No sabía cómo reaccionar.<br /><br />-Rajá, pelotudo, me dijo uno de sus escoltas a la vez que mostró una pistola.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-9618057573027710022007-05-01T18:18:00.000-03:002007-05-03T08:48:39.717-03:00Tierra Santa, 2¿No me creés? Te lo juro, ahuevonado, que sí, que me metieron en cana. Y bueno, fue por una sola noche, pero igual, pero fue la primera vez que me pasó en la vida, una vida picaresca bien lite, ¿viste?<br /><br />Pero al pensarlo, no estuvo tan mal, porque, después de todo, creo que fue el precio justo por ver lo que vi ese día en la Tierra Santa de la Costanera Norte. Y no es que merezca el castigo, ni que esté orgulloso de lo que hicimos.<br /><br />Lo que raro es que harta gente, aun más que antes, anda diciendo que Stu es una especie de santo o profeta o algo por el estilo; ahora en la contratapa de Página/12 un literato reheavy le decía “San Francisco de la Posmodernidad” e intentaba explicar el vínculo entre el santito rubio y la deuda externa.<br /><br />En todo caso, sin revelar su paradero actual, digamos que se fue de la ciudad con la novia en un auto y, por lo visto, está mucho más relajado en otra parte, donde nadie lo conoce. Donde no hay mamás que les doy a sus reciénnacidos su nombre. En la Provincia de Buenos Aires, hay tres bebés llamados “Stewart,” dos “Stu” y, según dijo la prensa local, a un pibe, andá a saber, le pusieron “Esteuart.” Y del Distrito Federal, ni hablar.<br /><br />Cuando entramos en Tierra Santa, yo con una peluca rubia y unos anteojos negros redondos, no nos daban bola. Pasamos por la puerta grande y fuimos directos para el Calvario, donde Nuestro Señor Jesús Cristo iba a renacer a las seis y medio. Y de nuevo a las diez y media.<br />Al pie del cerrito de unos tres metros de altura, había formado un público de unas sesenta o setenta personas. Muchas familias. Todos tenían la vista fija en una roca grande y redonda hacia la izquierda. Me parecía que la gente esperaba con una curiosa angustia, como si dudara y, a la vez, sintiera culpable por dudar que su Dios no volviera.<br /><br />Luego hubo humo, mucho humo y es aquí que mi relato por poco se convierte en una obra de ficción. Vi muy poco pero lo oí todo.<br /><br />De repente me caí en cuenta de que Stu se había esfumado. Lo buscaba y no lo encontré. Y los demás compañeros, tampoco se veían.<br /><br />La roca se movió, apenas tembló un poquito. Nosotros: silencio absoluto.<br /><br />Nada, nada, comenzamos a mirarnos, ansiosamente. Y luego, más nada.<br /><br />Cuando una eternidad más tarde se movió por segunda vez, la roca meneaba casi un metro, revelando un rayo de luz saliendo de la tumba. Una, dos, treces veces se meneó y luego rodó trescientos sesenta grados antes de caer contra un árbol bien colocado.<br /><br />Una luz brillante nos encegueció. Luego, una voz estentórea, un castelleno bien Univisión pronunció unas frases crípticas sobre el triunfo sobre la muerte. Algunos se arrodillaron. Otros quedaron asombrados ante esa luz y esa voz abrumadoras.<br /><br />A medida que tomaba pasos lentos, su, Su sombra iba creciendo hasta que salió de la tumba y se plantó allí, mirándonos. Casi me cagué de miedo o de alegría o no sé qué. Y no te burles de mí, porque te juro, te lo fucking juro que lo que te digo es la pura verdad.<br /><br />De nuevo esa voz univisionista nos habló, diciendo que nos paremos.<br /><br />Eso fue cuando Jesús Cristo, nuestro redentor y salvador, etc. etc., se me acercó y me dijo a mí, “Ven, hijo mío. Vamos a ser pescadores de hombres,” y me dio la mano.<br /><br />En ese momento, cuando por fin pude verle la cara, estaba totalmente indeciso: no sabía si debería besarle la mano, caerme de rodillas o darle una piña y decirle “¡Stu, dejate de joder! ¡Rajemos de esta mierda ya!”Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-15942839945183353872007-03-26T10:52:00.000-03:002007-03-27T10:09:02.016-03:00Tierra Santa, 1Seguro que leyeron los titulares: JESUCRISTO INENTA RETOMAR LA TIERRA SANTA; EL RETORNO DE NUESTRO SEÑOR DEL CUARTITO; AL CRISTO INGLES [sic] LE FALTO LA MANO DE DIOS. Este último fue de la misma puta <span style="font-style: italic;">Crónica</span> que lo canonizó hace unos meses.<br /><br />Poco, casi nada me había dicho Stu antes de lo que iba a suceder. Ahora que está internado en el Hospital Rivadavia, no permiten que nadie lo visite, salvo el pastor de la iglesia de su novia, su novia y una australiana cuarentona y semperborracha, parroquiana del Gibraltar, que por casualidad tiene el mismo apellido del llamado Cristo del Sur y pretende ser su tía, oriunda de Brisbane. Laura, la novia, no deja de lloriquear cuando la veo y, siempre que me refiero al papá de su hijo, solloza tan fuerte que temo que se asfixie.<br /><br />En cuanto a cómo pasó lo de Tierra Santa, repoco les puedo decir – y no insistas en que vaya repitiéndolo, porque ya me pasé horas y horas en la comisaría de Santa Fe y Gurruchaga, contándoles a cana tras cana todo lo que sabía. Ahora, al pensarlo con más lucidez, sospecho que sobran versiones contradictorias y especulativas de los acontecimientos, todos firmados con esta mano que bajó de una piña un hijo de puta disfrazado del rey Gaspar. Un hecho que preferiría omitir de la versión oficial...<br /><br />Sólo sé que el jueves anterior Stu fue a cenar con el papá de la amiga de Berta es una mansión en Belgrano R. Lo único que me dijo al otro día fue que cuando llegó – un chofer vino a Abasto a buscarlo – creía que por milagro habían llegado a un suburbio de Estados Unidos, porque no le entró en la cabeza que casas de esas dimensiones y ese estilo existían dentro de los límites de la ciudad de Buenos Aires.<br /><br />-O sea, ¿casa tipo <span style="font-style: italic;">Edward Scissorhands</span>?<br /><br />-No, che, era más <span style="font-style: italic;">Adventures in Babysitting.</span><br /><br />-Si la vi, la vi hace mil años.<br /><br />-¿<span style="font-style: italic;">Sixteeen candles</span>?<br /><br />-...<br /><br />-¿<span style="font-style: italic;">Grosse Pointe Blank</span>?<br /><br />-Tampoco.<br /><br />-¿<span style="font-style: italic;">Home Alone</span>?<br /><br />-No jodás.<br /><br />-¿<span style="font-style: italic;">American Beauty</span>?<br /><br />-Ah, bueno...<br /><br />-Vos necesitás aprender más de tu propio país; esas son referentes claves de la cultura norteamericana. Ahora entiendo porque nadie cree que sos yanqui. Un día de estos tenemos que armar un programa de reeducación.<br /><br />-Ok, un día de estos me podés enseñar cómo es mi propio país en sus pelís de mierda. Pero contame de una vez lo que pasó con el viejo de...<br /><br />Cansé de repetir “el viejo de la amiga de Berta,” así que por fin le pregunté a Stu su nombre.<br /><br />-Eduardo O’Malley Noséqué.<br /><br />-¿Eduardo O’Malley Mallea? Stu, como el presidente de mi país peculiar y películar, se niega a leer los diarios. Ya lo sabrán ustedes: Eduardo O’Malley Mallea es el secretario de un partido político que <span style="font-style: italic;">Clarín</span> considera digno de ser llamado “alternativo,” que es un eufemismo para “reaccionario, hasta neofascista,” si es de creer <span style="font-style: italic;">Página/12</span>. Dirigente de un club de la B Nacional que siempre aspira al ascenso sin mucha suerte, gran enemigo de los males sin rostro que aquejan a los habitantes de Belgrano, correligionario de las ideas de Blumberg, Eduardo O’Malley Mallea es una presencia constante en los telediarios, denunciando a los políticos oficialistas y proponiendo nuevas medidas para la seguridad de Zona Norte. Desde una cara grasosa y redonda como una pata de jamón crudo, reverbera una voz estentórea que sobrepasa las capacidades de micrófonos.<br /><br />-Qué sé yo... me cayó bien el tipo, dijo Stu. Me hizo probar mollejas por primera vez y la verdad es que me encantaron.<br /><br />-Está bien, pero ¿de qué hablaron? ¿Qué carajo estamos haciendo acá? Acabábamos de bajar del bondi que agarramos en Plaza Italia y ahora estábamos delante de las puertas de Tierra Santa, ese parque religioso que está al toque de Newberry en la Costanera Norte.<br /><br />Stu resistía a contestar mis preguntas y ahora la bolsa de plástico que tenía en la mano me ponía recontra nervioso.<br /><br />-Psst. Ponete esto, dijo Stu, y me dio una camiseta de Huracán. Y un bigote falso. Luego levantó la mano al lóbulo de su oreja y lo tiró dos veces. Alrededor de nosotros, varias personas, hombres casi todos, dejaron de ser vendedores de choripanes, pescadores y padres de familia. Todos con anteojos oscuros, bigotes y barbas cuestionables e indumentaria que probablemente fuese comprada en Bond Street.<br /><br />-Vení, me dijo Stu, te necesito.<br /><br />Y entramos a la Tierra Santa.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-5417393786475181532007-03-08T11:31:00.000-03:002007-03-14T20:34:08.708-03:00Noche en el Abasto, 3-Tú soi má flojo que la shusha, güeón, suele decirme un amigo chileno, lector ocasional de este blog ocasional.<br /><br />Berta me dice algo parecido en argentino y hasta Stu, que ahora con su nuevo business está ganando más guita que el dios que imita, me advierte que necesito ponerme las pilas o sí o sí.<br /><br />No lo veo tan urgente. ¿Por? Porque no es la primera vez que me encuentro en apuros económicos, abusando de la hospitalidad de una amigovia. Ya pasará...<br /><br />Hace más de un mes que pasó lo de la noche en el Abasto y ahora, al pensarlo, entiendo que todo lo que vino a suceder desde entonces deriva de ese encuentro con el tano Enzo.<br /><br />¡Grande el Enzo! Entre tantos bologneses era el único que no lucía anteojos angulares y coloridos. Hablaba un cocoliche admirable, a diferencia del castellano castizo que sus compatriotas pronunciaban gracias al Erasmo.<br /><br />Así que te podés imaginar mi sorpresa cuando dijo que había estudiado en Sevilla, igual que yo, aunque dos años antes.<br /><br />-Salí con una norteamericana cuando estaba allí. Una negra... de Detroit, me dijo, y luego, sin poder contenerse, largó una disertación sobre la música electrónica del Motor City. No tenía ni puta idea de lo que decía, pero igual, su entusiasmo era contagioso y terminamos conversando al lado de los chabones que tocaban sus guitarras desafinadas.<br /><br />-Venite a casa un día de estos, me dijo Enzo. Vivo en un convento.<br /><br />-No tenés pinta de cura.<br /><br />-Es decir, es un convento desacralizado.<br /><br />-¿...?<br /><br />-Es que uno de los monjes era el mejor amigo de mi tío abuelo, en un pueblito cerca de Ravenna. Cuando conseguí la pasantía en la embajada, me comunicó con él y, justo en ese momento, resultaba que abandonaban el convento. Ahora está en otro en las afueras, en la partida de Mataderos y enseña a leer a los pibes de una villa que está por ahí. Al principio le dije que no, porque un amigo me ofrecía una habitación en su casa – un loft de puta madre por acá, de hecho, pero cuando terminó la pasantía y la guita se me iba, me instalé ahí. Ahora somos tres – dos paraguas y yo – los que cuidan del edificio hasta que lo vendan.<br /><br />-¿Gratis?<br /><br />-Y sí, pagamos sólo los gastos.<br /><br />-Y ¿qué onda? ¿Por qué lo quieren vender?<br /><br />-Bueno, el tema es que queda en Godoy Cruz y Guatemala... pero sobre Godoy Cruz, ¿entendés?<br /><br />-Me ubico, pero ¿qué tiene que ver?<br /><br />-¿Hace cuánto que estás acá?<br /><br />-Qué sé yo... dos meses, tres meses. No... pará... casi cuatro.<br /><br />-Por eso, dijo Enzo. Mirá, no sé si te fijaste una vez en lo que pasa en el Bosque de Palermo por la noche.<br /><br />Quizás fue cuando fui a Amérika – en algún momento alguien me había hablado de los travas en el bosque.<br /><br />-Bueno, es que los travestis antes laburaban por ahí...<br /><br />-Y ¿los travas ahuyentaron a los monjes?<br /><br />-No, todo el contrario. De hecho, creo que había buenas relaciones entre ellos... Lo que pasa es que una vez que los canas los o las echaron los precios de lotes en la zona subieron como loco y, como sabrás, no hay inmobiliaria más astuta que la iglesia católica, apostólica y romana.<br /><br />Luego volvimos a la terraza a bailar. Los guitarristas estaban descansando y Grisel puso un cd de música ochentera, rebuena onda: The Cure, The Smiths... Daba mucha risa ver al tano bailar: vestía unos jeans negros apretadísimos y una remera a rayas, tipo marinero ruso, y se movía agitando los brazos y las piernas al ritmo. En algún momento alcanzó un frenesí tal que los demás de la pista le dimos lugar, formando un círculo alrededor suyo.<br /><br />Pura pelí ochentera, cuadraba perfecto con la música. Hasta un amigo suyo le gritó el nombre y la gente palmoteaban.<br /><br />Pero Enzo, ni bola. Los ojos cerrados, se revolvía como si estuviera solo en su habitación con los audífonos puestos.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-4138041842921322452007-02-19T02:09:00.000-03:002007-02-19T02:11:32.829-03:00Noche en el Abasto, 2Sería mentira decir que, cuando entraron Berta y sus amigas, todo el mundo se calló, pero es una de esas mentiras que, a medida que voy repitiendo la historia, se aproxima más a una verdad ficticia... algo que, en este país en particular, a veces tiene más peso que la realidad banal de la cual se deriva.<br /><br />Lo que no se puede negar es que, no bien subieron a la terraza, los mocosos que estaban machacando temas de Sumo y los Redondos dejaron de tocar y les clavaron unas miradas de hambre y desprecio.<br /><br />Vi formar un hueco en la multitud y me apuré a acercarme a Berta. Me agarró, apestando a un happy hour prologado, y me besó fuerte. Luego me presentó a sus amigas y se puso roja cuando Maite le recordó de que nos habíamos conocido la Noche Vieja. Se me sonaba algo la cara, pero ya que Berta había dicho su nombre, fingí que me acordé de ella y le dije que fue un gustazo verla de nuevo.<br /><br />Una vez que se acabaron las formalidades, Maite insistió en que le presentara a Stu. The Aussi Christ, dijo, con un acento Oxbridge impecable.<br /><br />Después de besarlo, le pedí que levantara las manos y le mostrara la palma. Stu todavía tenía una cicatriz bastante grande.<br /><br />De nuevo los músicos se callaron, seguidos por los demás de la fiesta. De un brinco, Stu trepó el muro de la terraza y, con las bóvedas del Shopping sirviendo de un telón de fondo, nos bendijo a todos.<br /><br />Las risas – en gran parte provocadas por la sonrisa burlona de Stu mismo – ahogaron la encantación ya cansada (y casi insincera, diría yo), de su mujer.<br /><br />Pero broma o no, cuando Stu se puso a hablar, como si estuviera conversando con alguien sentado con él en una mesa, todos lo escuchamos. Explicó que habían comprado un montón de cerveza y que era una fiesta a la gorra y que todos ellos andaban secos pero querían pasar una noche bárbara. Y así no más, su gorrita Quicksilver se colmó de pesos.<br /><br />No bien lo vio, Maite lo invitó a cenar en la casa de su viejo. Dijo la dirección de una calle que desconocía.<br /><br />-¿Dónde queda eso?.<br /><br />-Belgrano, me explicó. Igual, no me ubiqué.<br /><br />-Bueh, venite con Stu. ¿Cuándo podés?<br /><br />Como si tuviera cosas que hacer, vacilé un instante antes de contestar y luego, le dije, arbitrariamente:<br /><br />-El martes me vendría bien.<br /><br />-A mí también, dijo Stu.<br /><br />-Pues muy bien, resolvió ella, y lo anotó en un Blackberry que sacó de una cartera gigantesca.<br />Luego le conté a Berta lo ocurrido. Meneaba la cabeza y me dijo que tuviera mucho cuidado con el viejo.<br /><br />No, nena, le quería decir, hay que tener más cuidado con el tuyo. Pero sí le pregunté:<br /><br />-Y vos, ¿no venís?<br /><br />Me contestó con un ‘no’ perentorio.<br /><br />Fui a servirle una copa de vino.<br /><br />Eso fue más o menos cuando conocí al tano Enzo, el extranjero más querido de toda la Capital Federal.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-42516173372137075502007-02-06T02:25:00.000-03:002007-02-06T18:56:45.963-03:00Noche en el Abasto, 1Berta todavía no había llegado. Stu y yo estábamos sentados en la terraza, escuchando el carbón de la parilla crujir. Él distraídamente rasgueaba su guitarra y, cuando había pausas prolongadas en la conversación, canturreaba la letra de una canción que Paula, quien lleva ahora casi tres meses de embarazo, le había enseñado. Tiene un acento que todavía es más Luca Prodán que porteño, pero igual, está intentando:<br /><br />-Caminaba por la cazzzsshhe mazzzsshor..., repetía una vez tras otra.<br /><br />-Se ve regorda tu mujer, le dije.<br /><br />-Ella nunca deja de comer, respondió, riendo. – Y ¿la tuya?<br /><br />-Si no es mi mujer, boludo. Es una amiga, nada más.<br /><br />-Una amigovia, querés decir. Estaba muy orgulloso de usar <span style="font-style: italic;">le mot juste</span>.<br /><br />-Digamos que sí. Pero la verdad es que no sé cuánto más me la banco.<br /><br />-¿No te gusta?<br /><br />-No, no es que no me guste; es una chica copada, pero el tema es que ella tiene 27 años, ¿viste?<br /><br />-Pero vos sos más grande, así que ¿qué importa eso?<br /><br />-Porque ser un yanqui a los 28 es una cosa y ser argentina de una familia paqueta a los 26 es otra.<br /><br />-Obvio, dijo Stu, mirando hacia la cocina, donde Paula estaba preparando la comida con Grisel, la chaqueña, hija de un médico, nativo de Morón que se puso más porteño a medida que su residencia en un hospital en Resistencia se convertía en un exilio perpetuo.<br /><br />-Pero ¿pasó algo? –prosiguió Stu. –La última vez que los vi a ustedes, me parecía que estaban reenamorados.<br /><br />-Y sí, pero desde que volvimos del Tigre algo ha cambiado, le expliqué. –Y sé que es medio paranoico pensarlo, pero creo que el viejo le metió algo en la cabeza.<br /><br />-¿Qué cosa?<br /><br />-Bueno, el tema es que ellos son súper cercanos; ella confía en él mucho más que en la mamá, cuya única aspiración en la vida es salir en las páginas sociales de <span style="font-style: italic;">La Nación</span>, ¿viste? O sea, nada que ver con la Berta. El papá, en cambio, es un tipo bien sencillo. Es raro, Berta y él no se parecen en absoluto físicamente, pero los dos son como niños que nunca se criaron – algo que a veces es bonito y otras veces pesado, como te podés imaginar – pero, al mismo tiempo, los dos tienen un lado súper intenso.<br />-Mientras estábamos en el Tigre, apenas podía acercarme a ella: dormía en otra habitación con su hermano y cada vez que le mostraba un cacho de cariño, el papá o me clavaba una mirada o la abrazaba - mejor dicho, la agarraba. Se notaba que a Berta le molestaba, pero nunca se atrevió a decirle algo, porque, por lo que me contó, el viejo a veces se pone violento cuando se enoja. Y es como un toro, con un cuello así de grueso.<br />-La única oportunidad en toda la semana que tuvimos de estar solos era la noche vieja, cuando íbamos a la fiesta de unos amigos del hermano. Yo estaba sentado en la terraza, esperando mientas Berta cambiaba cuando el papá salió y se sentó al lado mío.<br />-Al comienzo, fue una conversación tranqui: él hizo su MBA en Stanford, y lo único que quería hacer era hablar de San Francisco... lo típico: primero comentó sobre lo linda que es la ciudad, luego hizo un par de bromas sobre la cantidad de putos, etc. Se agotaba el tema y de repente el tono de su voz cambió – digamos que se puso mucho más tensa.<br />-De repente me pregunta, “Y flaco, ¿dónde te ves dentro de dos años?" Bueh, no tengo ni puta idea, pero no le podía decir eso, así que inventé cualquier cosa, que pensaba encontrar trabajo cuando vuelva a Estados Unidos, probablemente como consultor o algo por el estilo. Luego me preguntó si nunca se me ocurrió quedarme en la Argentina y le contesté que por ahí me gustaría vivir acá unos años.<br /><br />-¡No dijiste eso!<br /><br />-Te lo juro, no sé, me salió así nomás. Se lo dije todo sin pensar, ¿entendés? Él no reaccionó, pero igual, sabía que le gustaron mis respuestas. Y después de eso, bueh, nada. Fuimos en lancha a la fiesta y era buena onda y todo... al principio, por lo menos. Berta estaba contentísima y los dos nos relajamos, porque era la primera vez desde que llegamos que el viejo no estaba allí para vigilarnos. Chupamos como locos y pasamos los primeros quince minutos del año nuevo besándonos en un armario y luego me dijo que me quería y media hora después se estaba vomitando en el inodoro y no dejaba de decir lo mucho que me quería. Lo raro es que, si bien no se acuerda de nada – dijo que se le apagó la tele a eso de las once y media – hasta ahora no ha dejado de decírmelo.<br /><br />-Y ¿eso no te gusta? Impresionante que Stu, a seis meses de ser papá, todavía esté enamoradísimo de una chica cuya familia evangélica la echó de la casa después de que supieron que estaba embarazada.<br /><br />-No es eso, le contesté. –Es que ahora la forma que me lo dice es bien distinta. Esa noche, en plena borrachera, era pura emoción, digamos, pura lujuria. Me decía “Te quiero, boludo,” pero lo que quería decir era más bien “te quiero garchar.” Pero ahora – y es cómo me mira, qué sé yo, sé perfectamente bien que quiere decir “Querés que te cases conmigo y que vivamos en un departamentito en Palermo y demos vuelta de la Plaza Armenia con un carrito Maclaren y nuestros hijos estudien en Amapola y...”<br /><br />-Estás loco, dijo Stu.<br /><br />-Puede ser, pero ya lo verás. Acaba de mandarme un text y dice que están estacionando el auto.<br /><br />-¿Ellos?<br /><br />-No, ellas. Está con dos amigas del cole – no las conozco – dice que se muere por presentármelas.<br /><br />De un trago, Stu remató su litro de Brahma.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-55813650721988124302007-01-31T12:41:00.000-03:002007-01-31T12:59:34.426-03:00Por poco me hice abstemio<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://www.youtube.com/watch?v=eUy6yzq5JPI"><object width="425" height="350"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/eUy6yzq5JPI"></param><param name="wmode" value="transparent"></param><embed src="http://www.youtube.com/v/eUy6yzq5JPI" type="application/x-shockwave-flash" wmode="transparent" width="425" height="350"></embed></object><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 320px;" src="http://www.youtube.com/watch?v=eUy6yzq5JPI" alt="" border="0" /></a><br />Este domingo me desperté en una casa frente al shopping del Abasto. Allí vive Stu con su novia, dos tipos de Neuquén, una chaqueña, dos franchutes y un tano que habla castellano como si fuera ruso. Andá a saber.<br /><br />Gracias a estos chabones no pude dormir hasta las 6 de la mañana, a pesar de todo el vino en cartón que había tomado.<br /><br />Después, se lo cuento...Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-54992664555993470632007-01-17T11:25:00.000-03:002007-01-19T16:28:35.923-03:00El Delta del Tigre<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="http://www.marcoslopez.com/"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg2zi0nPSq5VwfRhggnIxZLzQ3iaRY-ulWT2zspzJ9wr66kNqhBHyQxuYqco9cBRbx-LlcXQiFaCBq_7lWgB0KptmpIa3j2jN5FU_te6L_qQgyeGlCjG9CP9RgokDOpK-q5kS_O-w/s320/image001.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5021006808865037106" border="0" /></a><br />El tío Ramón, oriundo de Lanús, blande su facón con gran destreza, imperturbado por las nubes de mosquitos que nos atacan a pesar de las velas Citronella que tapan la mesa.<br /><br />-¡La reputa renga que te parió! escupe el tío Ramón, cuando parte un chori bien jugoso.<br /><br />No llego a entender quién es la puta y por qué anda coja, pero parece que nadie le da bola a Ramón, aunque todos – incluso Berta – hacen cola para prepararse los choripanes que va sacando de la parrilla uruguaya.<br /><br />Ya que hace un calor húmedo que me hace pensar a veces que estoy en el delta Mekong y no el del Tigre, Ramón adorna su atuendo de shorts de jean y remera San Antonio Spurs con un gorro Papá Noel. Delante de la parrilla, suda a chorros, gruñendo todo el tiempo a la puta con pata de madera que te parió.<br /><br />Me asombra ver a Berta morfar chori tras chori.<br /><br />-Me dijiste que no comías carne.<br /><br />Con el dedo me hace callar.<br /><br />-Digamos que soy vegetariana extra-familiar, me explica.<br /><br />-Ta, ta, le digo.<br /><br />Ramón me oye y putea a la mamá del capitán Hook. Luego me explica todas las ventajas de la parrilla uruguaya, y el papá de Berta, ex jugador del Hindu Club, por poco le parte la cabeza.<br /><br />Con razón que llevo tres días evitándolo como si fuera leproso.<br /><br />Ay, disculpá, pero me falta rajar... acaba de sonar mi teléfono y es Berta. Sí, otra vez. Sé que hace mucho que no blogueo, pero prometo contar lo que pasó la noche vieja dentro de poco.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-79773930740058755302006-12-21T15:09:00.000-03:002006-12-22T03:52:45.447-03:00El Pingüino de Palermo, 1-¿Dejaste de bloguear también, joputa? me escribió un amigo colombiano desde Nueva York. Hacía dos meses que no le contestaba sus emilios, pero él, hasta la semana pasada, estaba al tanto de mis andanzas por el blog.<br /><br />Eso fue más o menos entonces cuando conocí a la malnombrada Berta. Ahora, apenas diez días después, estoy sentado en el café más feo y menos pretencioso de todo Palermo Nolita o SoHo o TriBeCa. Berta está al lado mío, bañando una medialuna en su café cuando debería estar ya en el laburo, al otro lado de las vías en Palermo Santa Mónica o Hollywood o Redondo Beach. Ella diseña medias para niños, las cuales se fabrican en el Chaco y que se venden en boutiques de moda infantil – una se encuentra en Honduras, entre Gurruchaga y Armenia. También hay una en Bariloche y otra en Punta del Este.<br /><br />De hecho, ahora mismo tengo puesto un par de sus medias. Tienen rayas arco iris y, como no es de sorprender, me quedan bien chicas. Hace tres días que no vuelvo al Milhouse y estoy comenzando a preguntarme si mi mochila todavía está allí.<br /><br />Por fin, después de setenta y dos horas, salimos del departamento de Berta, un monoambiente en una de esas torres nuevas. Una zona tórrida, el depto. Los postigos corridos, el aire acondicionado andando mal, el freezer que no hace cubitos de hielo con la rapidez que exigíamos. Un verdadero <span style="font-style: italic;">Do the Right Thing</span> porteño; la verdad es que no teníamos ganas de salir. Al final, lo hicimos por falta de comida.<br /><br />Comemos en silencio, con prisa: si ella va al trabajo, tiene que pegarse un duchazo antes, ¿no?<br /><br />Estoy disfrutando del fondo dulzón del café cuando ella me pregunta:<br /><br />-¿Querés pasar la navidad con mi familia?<br /><br />Siento un hueco en el estómago y pido dos medialunas más.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-28582651423312237412006-12-08T15:16:00.000-03:002006-12-10T12:50:16.663-03:00Gibraltar, 3Como suele pasar, despertarme en la cama estrecha con otro cuerpo me da un leve ataque de claustrofobia. Respiro, me tranquilizo, trato de ubicarme; no estoy seguro de nada, pero lo más probable es que estoy en San Telmo, en la casa de nuestra benefactora Flor, y que el cuerpo que ahora me está aplastando el brazo derecho es el de Berta, la chica linda del nombre feo.<br /><br />Pienso en la caminata desde Gibraltar, un zigzagueo largísimo por calles desconocidas de empedrada y quintas de a poco convirtiéndose en hostales y hoteles boutique. Pasamos por debajo de la autopista en algún momento y seguimos caminando por varias cuadras, hasta que Berta se preguntó en voz alta si íbamos para Avellaneda. Llegamos a una calle ancha, de edificios viejos y bajos. Acá, ningún alojamiento mochilero, pero al avanzar por la vereda, vi un par de placas de bronce anunciando pensiones para caballeros y familias.<br /><br />Nada o poco me acuerdo del interior de la casa de Flor. Ella puso unas velitas y un cd de Radiohead y yo hundí en un sofá en el rincón de un living cuyas dimensiones no podía calcular en la oscuridad. Me sobrecogió, por primera vez desde no sé cuándo, un calor de hogar; sentí tan cómodo, tan relajado, que me habría dormido en el instante si no fuera por el porro que chispeó Flor.<br /><br />Berta fue, es, el resto de la noche. Sabía de inmediato que había onda y sabía que sólo me faltaba citar ese poema de Quevedo que siempre uso en este tipo de situación. No bien le dije “polvo enamorado” y me estaba besando.<br /><br />Pero contártelo así es saltear lo más bonito, tal vez lo más importante de la noche. Stu tardó repoco en agarrar una guitarra que colgaba de la pared y le cantó a Flor “Love Song” de Syd Barrett, que parece ser tan eficaz para él como poesía de Siglo de Oro lo es para mí.<br /><br />Hablamos un rato largo. El tiempo se detenía mientras yo le contaba de mis viajes – no repitiéndole un itinerario de todos mis destinos, sino mediante una serie de anécdotas sin un hilo conductor cronológico o geográfico.<br /><br />Una noche de caballo crudo y un amor imposible en Kyoto; cruzando Titicaca en un barquito, remando hacia una lucecita en la Isla del Sol; vomitando en un baño del museo de Dachau una mañana de Oktoberfest.<br /><br />Ella, que no había salido del país desde que visitó a sus parientes en Galicia en el 2000, bueno, <span style="font-style: italic;">she’d come again, and with a greedy ear devour up my discourse</span>.<br /><br />Luego me quedé callado y ella se burlaba de mi, me decía Carlos Argentino Daneri, que quise ver si no todo el universo, todo el mundo de una ojeada turística.<br /><br />Sospecho que todos los que viajan como lo he hecho yo lo hacen con una urgencia, sabiendo que es imposible verlo todo, pero es esencial intentarlo. De a poco todos los lugares se parecen más y más, hasta ser casi iguales: Osaka es Casablanca es Potosí. No porque la gente es igual por todas partes, ni porque la globalización lo homogeniza todo. No, porque a medida que viajás más, te das cuenta de que todo lo que ves, a menos que te detengas en un lugar, sea lo que sea, todos los rincones del mundo van convirtiéndose en meros signos de lo que no son, señales de tu ausencia en el resto del mundo.<br /><br />De nuevo me callé y ella me miraba, esperando algo más.<br /><br />Fue entonces que entoné esas endecasílabas impenetrables.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-14073093855489214862006-11-21T12:21:00.000-03:002006-11-21T12:44:17.022-03:00Gibraltar, 2No bien le digo mi nombre, la mina abre su cartera y me doy un billete de cien pesos. Cien mangos, <span style="font-style: italic;">yessir</span>. Lo examino minuciosamente, como si sospechara que estuviera falsificado. Pero en realidad lo miro de pura sorpresa, pasmado por el acto de caridad insólito.<br /><br />Stu le da las gracias al besarla con una voracidad que sugiere que habría sido mejor pedir dos canastas de fish and chips.<br /><br />Me dirijo al bar. Tengo la intención de darle a la mina el vuelto.<br /><br />Y ¿cómo se llama? me pregunto.<br /><br />Ni puta idea. Quiero olvidar que se me olvidó, pero no puedo.<br /><br />Con el vuelto, me compro un chopp y me siento a la barra. Al lado mío está sentada una chica con flequilla rolinga, jeans negros apretadísimos y una camiseta Lacoste color fucsia.<br /><br />Me doy cuenta de que llevo casi un mes en la Argentina, el país en que nací, y puedo contar con las dos manos las veces que tuve conversaciones verdaderas con argentinos verdaderos, aparte de mi tía abuela en Luján y un chabón que labura en el Millhouse. Hasta llego a preguntarme ¿por qué carajo viniste cuando podías haber hecho esto en cualquier parte del mundo? En Praga, por ejemplo. O en Nueva Zelanda. O Katmandú.<br /><br />-<span style="font-style: italic;">Where are you from</span>? Su acento británico-escolar interrumpe mis reflexiones sobre la superficialidad de mi vida mochilera, pero cuadra bien con el sitio: acá la mitad de los clientes son extranjeros, angloparlantes casi todos.<br /><br />Me gusta esta especie de pregunta, porque cada vez que alguien me la hace, me da la posibilidad de enmendar mi propia identidad. Claro, hay límites a lo que se puede inventar, pero te sorprenderías con la mierda que podés decir.<br /><br />Le contesto en español. Ella intenta no reírse, pero sé que está pensando que sueno como una película norteamericana doblada. Lo exagero un poco, porque impone una cierta distancia cultural entre nosotros, lo cual, paradójicamente, nos permite hablar con más franqueza.<br /><br />Ella me cuenta de toda su familia: de sus viejos en Belgrano, de su hermano mayor que es consultor en Madrid, de su prima haciendo una pasantía en Bologna. Comparte conmigo el recuerdo de su último viaje al exterior – a Irlanda (el apellido de mi abuelo materno es Connelly, me dice con orgullo) – que hizo en 2000 después de recibirse de la UCA. Trabaja en Puerto Madero, para una empresa finlandesa que hace no sé qué (y por lo visto ella tampoco lo tiene muy claro).<br /><br />Yo, por mi parte, soy periodista – nacido en Caracas, pero hijo de un petrolero norteamericano y un ama de casa, oriunda de Yokahama. Estoy indagando la industria ganadera argentina.<br /><br />-No tenés pinta de chino, para nada.<br /><br />Le explico que mi mamá tiene facciones muy europeas.<br /><br />Sigo con mi historia: estudié periodismo en Columbia University, publiqué un par de cuentos en <span style="font-style: italic;">The New Yorker</span> y vivo en un loft en SoHo. Siempre que digo que soy de Nueva York, lo sigo con una ráfaga de nombres de calles, de barrios y a veces de bares: Perry, West 86th, Broadway, Lower East Side, Single Room Occupancy.<br /><br />Ella finge conocer a fondo los lugares que voy enumerando. Levanta las cejas, por ejemplo, cuando digo “Broome Street,” un nombre que en realidad no me dice nada.<br /><br />Una vez terminada esta primera vuelta de la conversación, hablo más sinceramente, de mis impresiones de la ciudad, dónde me gusta salir, etc. Me da su número de teléfono.<br /><br />No se me ocurre decirle nada más, aunque quiero que continúe la conversación. Por suerte, interviene Stu:<br /><br />-Che, vamos a la casa de Flor.<br /><br />Supongo que Flor es nuestra benefactora.<br /><br />-¿Venís? Stu le pregunta a... miro la hoja que me acaba de dar – a Berta. Que nombre más feo para una chica tan linda.<br /><br />-Bueno, dice después de vacilar un instante.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-62389379414402471762006-11-14T09:40:00.000-03:002006-11-14T12:17:43.904-03:00Gibraltar, 1Hace una semana que tengo un hachazo que me parte la cabeza. Hoy me desperté jurando que nunca volvería a tomar, pero ¿qué vas a hacer? cuando tu amigo se ha convertido en una celebridad local y todo el mundo le quiere invitar un trago.<br /><br />Tardamos poco en caernos en cuenta de la generosidad porteña. Y no creas que es una ciudad de fanáticos religiosos, ni mucho menos. A mi modo de ver, Stu – a pesar de pecar cada vez que bebe alcohol, según su iglesia – es el más creyente de todos.<br /><br />Es decir, a medida que el renombre de “el australiano estigmatizado” crece, de boca en boca, a la contratapa de <span style="font-style: italic;">Página/12</span>, a los labios del mismísimo alcalde de la ciudad autónoma, más y más gente viene a participar de la gran joda, a la vez que Stu se cree cada día más nuestro redentor.<br /><br />Nunca te lo admitiría, pero anoche, por ejemplo, estábamos en Million cuando estaban por cerrar y Stu le puso las manos en la frente de una chica que no lo dejaba en paz, tratando de exorcizar sus demonios.<br /><br />Por lo visto, nadie en este país entiende los gestos de Stu. Durmieron él y la endemoniada en el hostal anoche y me tocó a mi cambiar de cama con él cuando se oyó la voz de su novia detrás de la puerta.<br /><br />Las cosas que hago por tragos gratuitos.<br /><br />Supongo que todos milagros, sean truchos o no, son oportunos, pero éste lo es en particular, porque hace una semana que la sensación térmica es una cifra más alta que el saldo de mi cuenta corriente.<br /><br />Pero ahora el barman me está diciendo que le debo 80 pesos. Calculo que puedo alcanzar la salida fácil, pero Stu el terrible está en el fondo del sitio, compartiendo una canasta de <span style="font-style: italic;">fish and chips</span> con otra mina. Lo miro de reojo: con el pulgar y el dedo índice va recogiendo migajas de pescado frito y papas y devolviéndolas a la canasta; la mina se está cagando de la risa.<br /><br />¿Basta, Señor, un solo plato para todo el bar?Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-77675659635867398202006-11-03T16:46:00.000-03:002006-11-06T11:12:49.793-03:00El Cuartito, 2¡Gran misterio de la fe! A medida que el queso se enfría, la cabeza de Jesús va cobrando vida: las mejillas, los labios se ponen coloridos. Los demás clientes de la pizzería dejan de fijarse en Crónica y los carteles de boxeo en las paredes y rodean la mesa, donde Stu está balbuceando una oración.<br /><br />Llegan un camarógrafo y un periodista de Crónica y me mareo cuando miro el televisor y me doy cuenta de que estoy viéndome viéndome.<br /><br />Una anciana le pide a Stu que rece por su marido que está muriendo de cáncer de próstata y Stu tiene el tino de gritar sí mientras arranca con otra oración que nadie llega a entender.<br /><br />Al lado mío, un chanta que pretende ser el “agregado cultural del Vaticano a la República Argentina” le ofrece a Stu un fajo magro de pesos por la cabeza de Cristo.<br /><br />El mozo sencillamente quiere levantar el tablón y cobrarnos, pero la multitud impide que se acerque a la mesa. Por fin, a empujones y gritos, alcanza ponerse al lado del australiano renacido y le insiste en que suelte el tablón y lo deje laburar en paz de una vez.<br /><br />Stu, con su cuerpo y melena de león, tiene los ojos bien abiertos de miedo y menea la cabeza, sustituyendo “no” por “sí” sin interrumpir su fervor oratorio.<br /><br />Estamos solos – los dos otros del hostal se zafaron no bien llegó el equipo de Crónica – y sentimos aumentar el número de gente y la expectativa de que suceda algo milagroso.<br /><br />De golpe el periodista mete un micrófono delante de Stu, a la vez que el mozo intenta sacar unos vasos de la mesa. Stu cree que intentan robarle a Jesús y extiende el brazo para impedirlos. El periodista malinterpreta el gesto y le agarra la mano derecha de Stu, que se cae directo sobre la púa donde está ensartada la cuenta. La puntita de metal sale por el dorso de la mano. Antes de que alguien reaccione, saca bruscamente la púa y pone la mano delante de la cámara para taparla.<br /><br />-¡Bendito sea! solloza la anciana.<br /><br />Cuando la mano estigmatizada se ve gigante en la tele, todo el mundo se arrodilla y se calla, yo le tiro al mozo un billete de 20 pesos, agarro la otra mano de Stu y salimos corriendo hacia Marcelo T. No bien llegamos a la esquina, Stu detiene con la mano ensangrentada el 152.<br /><br />El colectivero no nos cobra.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-49077767711031341982006-10-31T02:42:00.000-03:002006-11-03T16:51:23.803-03:00El Cuartito, 1A eso de las tres, Stu entra en la habitación donde Kat, la antigua belga <span style="font-style: italic;">innominata</span>, y yo estamos dormidos.<br /><br />-¿Venís a mi despedida?<br /><br />-¿Cómo que te vas? le pregunto, el otro día me decías que te quedabas.<br /><br />-No, boludo. Me voy del hostal. Venite, por favor.<br /><br />Dos horas más tarde – por suerte me muero de hambre después de esa noche en el boliche y las confesiones interminables de Kat – nos encaminamos hasta otra puta pizzería. A estas alturas, seguro que Stu las conoce todas y según él, ésta es su favorita.<br /><br />Kat, al final, se decide a seguir durmiendo; un grupo va más tarde a Ópera Bay.<br /><br />En el camino Stu está de muy buen humor: sonríe y bromea del mes de joda que nos pasamos juntos, pero como si hablase del protagonista de una novela de que se acuerda a medias. Sospecho que la memoria borrosa no es por la borrachera constante, sino algo más, porque no me permite ni enmendar ni contribuir a sus relatos, relatos que fueron, en primer lugar, improvisaciones hechas de una masa de recuerdos colectivos a doble visión por un grupo de amigos pasajeros – es decir, hostaleros – para quienes ni la vergüenza ni la moderación existen.<br /><br />Al final, somos sólo cuatro, pero, igual, Stu insiste en que pidamos tres muzzas. ¿Y para tomar? Stu dice que quiere una coca. Yo, sin captar su error, le pido al mozo no tan mozo dos litros de cerveza, y Stu me mira con la cara torcida, haciendo una mueca que comunica una emoción entre el terror y la tristeza.<br /><br />Llegan la pizza y atacamos. Tiene una masa densa y gruesa, gruesa porque necesita apoyar un lecho de muzzarella derretida y aceitosa que está salpicada de orégano y trocitos de ajo. Cada bocado es puro deleite, una aproximación tan acertada a la forma ideal de pizza que no puedo dejar de comer, porque ya sé que, si lo hago, nunca volveré a probar pizza sin sentir una desilusión tremenda.<br /><br />De repente, sólo se queda una porción. Me corresponde a mí, creo. Sin preguntarle a nadie, intento levantarla con el tenedor, cuando oigo a Stu chillar como si alguien lo clavara una puñalada.<br /><br />-Si la tocás, no te perdono nunca, comemiércoles, me dice, los ojos llenos de lágrimas.<br /><br />Por poco me río, hasta que veo que tiene la mirada clavada en el tablón de madera y la porción que queda.<br /><br />Está balbuciendo algo, pero no importa, lo veo clarito: pegoteada al tablón, una mancha de muzza forma la cara de Jesús, de perfil.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-86880319221873482242006-10-23T02:55:00.000-03:002006-10-23T02:57:48.428-03:00Café el Banderín, 2La belga aferraba, no, abrazaba la taza fría con las dos manos, su mirada fija en los granos de azúcar al fondo.<br /><br />-Como todos, lo conocí por internet. Nunca había salido con alguien... bueh, con un hombre – se corrigió-, más chico que yo, pero me gustaba su perfil: era DJ, sabía un montón de música electrónica, se veía buen mozo en la foto, pero tenía un tatuaje enorme, intricado, tapando los hombros.<br /><br />-Nos pusimos a chatear, al principio sobre las pavadas típicas – la música, nuestros boliches favoritos, qué sé yo. Y de repente me preguntó algo refuerte, algo que casi me ofendió, pero igual le contesté honestamente. Y eso fue lo notable: nunca, ni una sola vez le dije una mentira al chabón; ya sabrás por qué.<br /><br />-Por dos semanas nos chateábamos muy seguidos, ponele tres veces al día, y sobre las cosas más íntimas. Nuestros secretos, nuestras fantasías, de todo, ¿viste? Y no sólo de cosas felices. Las cosas más perversas, las más dolorosas. Por ejemplo, es el único que sabe que aborté al bebé de un novio, porque no quería casarme con él. Bueno, ahora sos el segundo. Da igual.<br /><br />-Por fin, quedamos en juntarnos. Íbamos a encontrarnos en un café que él me propuso. La elección del sitio me sorprendió, no sólo porque quedaba muy cerca de mi casa, sino también porque era, de todos los cafés en una zona de la ciudad repleta de bares y cafés, era mi favorito.<br /><br />-No suelo preocuparme de mi apariencia; soy bastante segura de mí misma, pero ese día tardé horas en arreglarme. No sé cuántas veces cambié de vestido, ni cuántas veces me inspeccioné. Estaba tan nerviosa que no podía dejar de cagar y, cada vez que me lavaba las manos, me miraba fijo en el espejo e inventaba y ensayaba pelotudeces que se me ocurrían decirle al presentarnos.<br /><br />-Al fin salí de mi casa muy retrasada, corriendo. Llegué a la esquina, donde hay una parada de colectivo, justo cuando unos pasajeros estaban bajando de un bondi. Y lo vi allí, bajando, y esperaba que no me viera. Y me vio. Me puse roja y quedé allí, parada como boluda mientras se me acercaba.<br /><br />-Nos besamos y luego nos quedamos allí mirándonos. Iba decirle algo – hasta abrí la boca, pero cuando intenté pronunciar algo, no pude. Y a él, le pasó lo mismo. Por no sé cuánto, por ahí cinco, diez minutos, no nos movimos. Le escudriñé la cara: las cisuras de sus labios finos, su piel quemadita, unos ojotes negros negros. Una mirada tierna, franca, incapaz de malicia.<br /><br />-Entretanto me estudiaba de los pies a la cabeza. No es que se fijaba en alguna parte mía en particular, a pesar de que llevaba una remera muy apretada; más bien, yo tenía la impresión de que estaba tratando de reconciliar mi cuerpo con la imagen que había formado de mí a base de nuestros chats. Y por fin – lo vi en los ojos – lo logró.<br /><br />-No había nada más que hacer. Le agarré la mano, le dirigí hasta mi edificio, le besé en el ascensor y lo llevó directo a mi cama donde, sin dirigirme ni siquiera una palabra, me cogió sin quitarse los tenis.<br /><br />-Por dos semanas, repetíamos este rito todos los días, hasta que dejé de ir al laburo. Nunca nos cruzamos una palabra. O sea, por horas seguidas, antes de los encuentros, nos escribíamos, planeando hasta el más mínimo detalle todo lo que nos íbamos a hacer. A veces, mientras venía en el bondi, me escribía texts con algunas preguntas, algunas dudas que le quedaban. Pero a partir del momento en que bajaba del colectivo, no nos decíamos nada.<br /><br />-Pero un día vino a mi casa con un ramo de flores – algo que ni esperaba ni quería – y me dijo, Kat, te quiero, y nunca lo volví a ver.<br /><br />Y así aprendí el nombre de la belga.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com8tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-8593943081066232422006-10-15T12:11:00.000-03:002006-10-15T14:21:18.217-03:00Café el Banderín, 1Lo que más impresiona es el silencio: llegando a Córdoba, me detengo y miro hacia Canning y luego hacia Barrio Norte. Allá, en la distancia, un colectivo eructa nubecitas de humo negro a medida que va encogiéndose.<br /><br />La belga cuyo nombre desconozco me sonríe y se refiere a un par de películas que odio.<br /><br />Todos los músculos me duelen y tengo la espalda de un viejito de 70 años. En cambio, la mente anda a mil con un revoloteo de ideas inconexas que hace un par de horas me habrían parecido épicas, como el anuncio de una epifanía inminente, pero ahora zumban como la renuncia de responsabilidad al final de una propaganda farmacéutica.<br /><br />Lo único que quiero hacer es taparme la cabeza con una frazada y esperar a que, por fin, se me apague la tele. Propongo a la belga que agarremos un tacho y luego ensayo en la cabeza la exclamación de sorpresa que voy a soltar cuando saque la billetera a la puerta del Milhouse y descubra que anda seco.<br /><br />-Necesito caminar un poco, si no te molesta.<br /><br />Me molesta enormemente, pero sin un sope, lo único que puedo hacer es ladear la cabeza y seguir caminando a su lado por la avenida ancha. Los outlets tienen los postigos corridos y los únicos colores que se ven arriba de la cinta gris de asfalto vienen de las carteleras de lencería. ¿Cuántas veces vamos a ver la cara insípida y la cola burbuja de Araceli González?<br /><br />Pronto la belga se harta de Córdoba, así que después de 4 o 5 cuadras, nos desviamos, doblando a la derecha. Ella insiste en que sabe por dónde vamos y, a estas alturas, estoy demasiado cansado para protestar.<br /><br />El barrio está despertándose lentamente, sus postigos abriéndose para revelar no vitrinas que muestran suéteres, velas artesanales y accesorios, sino comedores oscuros y sus habitantes viejitos.<br /><br />Llegamos a una esquina donde hay un café, ubicado en un edificio viejo de un solo piso. Sin consultar a la belga, entro y reparo en la única mesa libre del lugar. No me fijo en nada más; voy directo, me siento en una silla tambaleante y agarra la mesita redonda como un naufragio asiendo una balsa improvisada.<br /><br />Es sólo entonces, cuando estoy instalado allí, que un olor a café molido y grasa de facturas me invade las narices y sé que estoy a salvo.<br /><br />Un café con leche, tres medialunas de grasa, y vuelvo a la vida.<br /><br />Veo a la belga levantar la cabeza, abrirse los ojos un poco más. Me sonríe, me habla de pavadas. Vuelve a repetir algunas cosas que me había contado anoche y me doy cuenta de que se acuerda de poco o nada de lo que pasó en el boliche.<br /><br />Comienza a hablar de su historia romántica, que es en realidad una serie de pequeñas tragedias entrelazadas – una red de desastres demasiado compleja para una mente frita como la mía. Me sorprende que un corazón humano pueda soportar tanto drama.<br /><br />Me cuenta una historia cuya veracidad no cuestiono, por lo increíble que sea, porque en este momento sé que es alguien incapaz de mentir.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-91939082933775773052006-10-07T15:54:00.000-03:002006-10-07T15:57:35.407-03:00AmérikaDe pronto tengo la sensación rara de que alguien me está fichando. Lo cual me sorprende, porque ya hace un par de horas perdí contacto con mi propio cuerpo. Nada nos divide; la luz estroboscópica, el humo y la música ametralladora nos anulan, nos funden.<br /><br />Bueno, hubo un momento pasajero de lucidez, cuando descubrí que no, no me había puesto una peluca, sino que esos cabellos largos eran las de una belga del hostal, y que hacía unos minutos que le estaba besando el cuello y mordisqueando la oreja.<br /><br />Después, la perdí, me perdí. Se me perdió la botella de agua que iba tomando, y me puse a bailar – a girar, a gritar, a saltar a full.<br /><br />Pero ahora... Es como si alguien estuviera respirando fuerte justo detrás de mi y, efectivamente, cuando doy la vuelta, estoy envuelto en la oscuridad de una peluca tipo Bárbara Streisand.<br /><br />-Hola, me saluda una voz que no es la de Babs. Su aliento huele a vacaciones hawaianas baratas: ron, ananá y coco.<br /><br />Estoy a punto de responderle, cuando descubro que mi lengua está impedida por otra que parece buscar mis amígdalas.<br /><br />Claro, ni puedo darle las gracias.<br /><br />Por primera vez desde no sé cuándo, de a poco estoy tomando conciencia de mi cuerpo: una lengua; un mentón frotado por otro mentón, cuadrado y tosco; unas manos. Una de éstas toca una protuberancia redonda y sólida, muy sólida.<br /><br />Y luego, los oídos:<br /><br />-<span style="font-style: italic;">You fucking asshole!</span><br /><br />Un cachetazo: los cachetes.<br /><br />La Bárbara Streisand retrocede puteando, mientras la belga, de cuyo nombre desesperadamente quiero acordarme, me grita, invocando la palabra <span style="font-style: italic;">love</span> tantas veces que da miedo.<br /><br />Pienso que me queda una pastillita más, pero cuando hurgo los bolsillos, no encuentro nada más que unas monedas y, mientras trato de consolar a la belga, que se retiró de la pista y se acurrucó en un sofá en un rincón, se me ocurre que no tengo plata por el bondi.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-17428001775825879932006-09-28T00:54:00.000-03:002006-09-28T00:57:08.971-03:00Las Cuartetas-Paula está embarazada, dijo Stu.<br /><br />-Dejate de joder... o, mejor dicho, no dejes que te joda, la conociste anteayer.<br /><br />-No, no. Esa fue Maite. Paula es la del café de Palermo. Vos la conociste en Gibraltar el otro día, ¿no te acordás?<br /><br />Intentó describírmela: morocha, petisa y fuma como turco.<br /><br />-Eso describe mínimo la mitad del país, huevón.<br /><br />No bien le dije, tuve que agacharme para evadir el plato que el mozo había tirado desde el mostrador. Golpeó estrepitosamente y creo que si no fuera por unos hilitos de muzza que se pegotearon a la mesa, se habría caído al suelo.<br /><br />-¿Ves lo que pasa cuando comés en un restaurante?<br /><br />Hacía nueve países y cinco meses que Stu no había comido en un restaurante. Se jactaba de alimentarse sólo con comida de la calle: anticuchos, churros, papas rellenas, panchos, choripanes, empanadas, sopapillas, maní confitado, patynesas, salchipapas, lo que fuera. Hasta probó un sándwich de potito saliendo de la cancha de Colo Colo.<br /><br />-El ají chileno yo muy gusto, dijo en castellano.<br /><br />Dos litros y cuatro muzzas después, volvió al tema de la embarazada.<br /><br />-Me quedo, dijo resuelto.<br /><br />-Y ¿qué vas a hacer? ¿Cómo vas a vivir?<br /><br />-No sé. Enseñar inglés. Hacer cualquier cosa. Pero me quedo, y punto.<br /><br />-Pero ¿qué decís? ¿Te volviste loco? ¿Estás seguro que es tuyo? ¿Estás seguro de que está embarazada?<br /><br />Con cada pregunta que le hacía, una sonrisa comemierda se iba creciendo, hasta que su cara quedó puros dientes y arrugas.<br /><br />-Es mi destino, <span style="font-style: italic;">mate</span>, no dejaba de decir. -Y ¿sabés qué? La quiero. La recontraquiero, aunque no lo sabía hasta que me contó que estaba embarazada.<br /><br />Yo había quedado en ir a Amérika con unos suecos aunque no tenía muchas ganas de salir, pero en ese momento hubiera preferido que un trava me manoseara, en vez de seguir escuchando a un australiano balbucear sobre su destino y su amor recién descubierto.<br /><br />-Te juro que volví a nacer cuando me lo dijo...<br /><br />-Está bien, está bien. Y, che, ¿te quedan algunas pastillas?<br /><br />Stu frunció el ceño.<br /><br />-Sólo quiero dos... o tres, expliqué.<br /><br />-Te las doy todas.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-34403729.post-1158932896897234322006-09-22T10:46:00.001-03:002010-09-16T16:59:40.406-03:00Milhouse HostelHay un tufo a moho y medias ensuciadas a lo largo del sendero gringo, pero las cortinas están corridas y esa luz tan intensa, que me quemaba los ojos cuando salí del boliche, no entra en la habitación. Me quito toda la ropa, hasta los calzoncillos – un instinto mío que deja de ser latente después de ocho o nueve cervezas o, como me estoy dando cuenta, después de cinco o seis de esa barbaridad que Vicki llamaba “Fernando” – y me tiro en la cama, esperando a que se me apague la tele ya.<br /><br />Minutos más tarde, Stu, el australiano inevitable, me está sacudiendo el hombro. Su aliento, apestando a vino de caja y pucho, casi me hace desmayar.<br /><br />-<span style="font-style: italic;">Mate</span>, me dice. <span style="font-style: italic;">C’n’d’me’fava</span>?<br /><br />No entiendo un carajo de su australiano y se le digo.<br /><br />Pero el grandote insiste e insiste, prometiéndome un bife y no sé qué más.<br /><br />Sé que el californiano se entiende por todos lados y le digo directamente por enésima vez:<br />-<span style="font-style: italic;">Fuck off, dude</span>!<br /><br />En el umbral, rodeado del parpadeo de una luz fluorescente débil, veo un perfil diminuto con pelo largo.<br /><br />Stu sabe que la he visto, me mira y me ruega <span style="font-style: italic;">please</span> <span style="font-style: italic;">please </span><span style="font-style: italic;">please</span>.<br /><br />Me deslizo del saco de dormir y salto del camastro al piso, donde me quedo parado, en pelotas. Imaginate.<br /><br />La mina suelta una carcajada.Brandán Buenosayreshttp://www.blogger.com/profile/04790876742255255439noreply@blogger.com4