martes, noviembre 14, 2006

Gibraltar, 1

Hace una semana que tengo un hachazo que me parte la cabeza. Hoy me desperté jurando que nunca volvería a tomar, pero ¿qué vas a hacer? cuando tu amigo se ha convertido en una celebridad local y todo el mundo le quiere invitar un trago.

Tardamos poco en caernos en cuenta de la generosidad porteña. Y no creas que es una ciudad de fanáticos religiosos, ni mucho menos. A mi modo de ver, Stu – a pesar de pecar cada vez que bebe alcohol, según su iglesia – es el más creyente de todos.

Es decir, a medida que el renombre de “el australiano estigmatizado” crece, de boca en boca, a la contratapa de Página/12, a los labios del mismísimo alcalde de la ciudad autónoma, más y más gente viene a participar de la gran joda, a la vez que Stu se cree cada día más nuestro redentor.

Nunca te lo admitiría, pero anoche, por ejemplo, estábamos en Million cuando estaban por cerrar y Stu le puso las manos en la frente de una chica que no lo dejaba en paz, tratando de exorcizar sus demonios.

Por lo visto, nadie en este país entiende los gestos de Stu. Durmieron él y la endemoniada en el hostal anoche y me tocó a mi cambiar de cama con él cuando se oyó la voz de su novia detrás de la puerta.

Las cosas que hago por tragos gratuitos.

Supongo que todos milagros, sean truchos o no, son oportunos, pero éste lo es en particular, porque hace una semana que la sensación térmica es una cifra más alta que el saldo de mi cuenta corriente.

Pero ahora el barman me está diciendo que le debo 80 pesos. Calculo que puedo alcanzar la salida fácil, pero Stu el terrible está en el fondo del sitio, compartiendo una canasta de fish and chips con otra mina. Lo miro de reojo: con el pulgar y el dedo índice va recogiendo migajas de pescado frito y papas y devolviéndolas a la canasta; la mina se está cagando de la risa.

¿Basta, Señor, un solo plato para todo el bar?

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