sábado, julio 21, 2007

El Desnivel, 2

Luego de rematar los bifes, pedimos dos más. Y luego, postre: Stu y Enzo piden panqueques con dulce de leche; yo, queso y dulce; y Facundo Floripondio, un Don Pedro. Parece que le cae bien a nuestro mesero, Andresito the Giant, porque le da una botella llena de güisqui nacional para que el académico mendicante pueda administrarle su propia dosis al helado.

Una vez terminado el postre, y mientras esperamos los cafés, Facu inicia la sobremesa con una disertación sobre la comida argentina que, por falta de memoria y elocuencia, reproduzco imperfectamente aquí:

-Los viajeros ingleses que atravesaban la pampa a lo largo del siglo XIX invariablemente dedicaban unos renglones en sus crónicas a la monotonía de la dieta local, lo cual nunca ha dejado de sorprenderme, dado que estas plumas se nutrían de la comida nacional más sosa que haya conocido la humanidad.

-Bond Head, por ejemplo, un milico hijo de puta y capitalista aspirante, se queja de que lleva días comiendo carne, acompañada sólo por agua de un arroyo cercano. Claro, no podía tomar su tea, ni una gota de su preferido claret; no podía comer el curry que sin dudas había probado en la India. En fin, estaba negado la ingestión de los productos que, subconscientemente, justificaban la aventura imperial que estaba en tren de emprender.

-A la vez, la experiencia gastronómica de carnear una vaca y beber agüita fresca no era algo que ni Bond Head ni el mejor saladero pudieran reproducir fielmente.

-Es como dice Lucio Mansilla: “una picana de avestruz, boleado por mí, siempre me ha parecido la más sabrosa”.

-¿De qué carajo estás hablando? preguntó Stu. ¿Y dónde está mi café?

Veo al Gigante abajo: está chamuyando con una mujer que pesará unos cien kilos menos que él. Echa la cabeza para atrás y suelta una risa que por poco hace temblar las tablas del entrepiso. Tiene dos filas de dientes jurásicos, ideales para masticar carne recién sacada de la parilla, sea avestruz, sea matambre, sea un bife bien jugoso.

Facu se impacienta con preguntas como las de Stu y, sin darle bola, prosigue con sus pavadas:
-En su simplicidad la comida argentina es una articulación inmediata – es decir, no mediada – del campo; morfar un buen bife, alimentado de los pastos naturales de la pampa, no permite que caigas en la trampa del fetichismo capitalista. O sea, al masticar esa carne fibrosa, uno se queda consciente, trozo tras trozo, de los medios de producción que la hicieron.

-Che, la verdad es que no tengo ganas en absoluto de pensar en Mataderos cuando estoy en un asado, le digo.

-Pero lo estás haciendo sin darte cuenta, eso es lo que quiero que te metas bien en la cabeza, insiste Facu. Todo el rito del asado es un acto sobredeterminado de valores simbólicos, un conjunto de signos que remiten a un modo de vida inimitable.

-¿Y los vegetarianos? pregunta Enzo.

-Los vegetarianos, también, si bien pretenden alejarse del sacrificio ritual e industrializado que nos da nuestra identidad nacional. Pensalo bien: cada vez que un vegetariano come una milanesa de soja, lo que está ingiriendo es una concatenación complejísima de significantes vacíos – en el sentido lacaniano – porque en el acto de incorporar esa materia amasada y masificada, el vegetariano está conjugando una red compleja de valores culturales contradictorios y hasta incompatibles que les dan una unidad – si bien esa unidad es ilusoria o ilusiva – a las prácticas sociales preestablecidas por un sistema hegemónico en el cual los elementos constitutivos se relacionan de manera metonímica, por pura contigüidad. Es decir, en ese acto posmoderno por excelencia, el que niega a comer carne está rechazando la jerarquización ontológica que el platonismo le impone a la realidad y se burla, de forma radical, de la noción posaristotélica de una esencia inminente. Es decir, el único hecho ineluctible de ser argentino, de ser ciudadano de un país que vive precariamente de crisis en crisis, es comer. Comer argentino es ser argentino.

-¡La puta que lo parió! grita el Gigante. ¿Quién pidió el café descafeinado con leche descremada?

-Yo, dice Facu.

1 comentario:

Almirante Margarito dijo...

Como ex habitante de San Telmo en el clásico de parrillas del barrio me quedo con La vieja rotisería. Aunque hace mucho que no voy.