miércoles, agosto 22, 2007

Diálogo de la lengua (fragmento)

Terminamos otro litro cuando Facundo Floripondio le comentó lo siguiente a Stu, dándole la botella vacía:

-Andá a comprar otra; a vos te toca.

A lo cual Stu respondió, sin vacilar:

-Que andes vos… a la reputa que te reparió.

-Pero ¿qué te pasa, loco?

-¿Qué me pasa a mí? Estoy en pedo y fui yo el que pagó por toda la cerveza que tomamos esta noche, vagoneta de mierda.

Facu miró al redentor trucho austral(iano) con una cara de asombro total antes de responderle, esta vez con un tono mucho más suave.

-Sabés, es impresionante cómo has captado el argentino.

-Al final, añadí yo, no es de sorprender: el chabón tiene el don de lenguas.

-No, no, pero estoy hablando en serio, protestó Facu. Mirá, como los dos saben, hablo inglés remal, pero me defiendo en francés, eh. Y no es por casualidad: me pasé dos años en la Bélgica, después de recibirme. Así que entiendo lo difícil que es aprender a hablar una lengua cuando ya sos grande. Y no me refiero a agarrar la gramática, ni leer libros; eso viene bastante fácil y cualquier pelotudo que tiene la disciplina para dedicarse a estudiar un lenguaje lo puede hacer. El habla es otro tema.

-Mirá, prosiguió Facu, a mi modo de ver, hay cuatro fases de la adquisición de una lengua extranjera. Primero, uno aprende a putear. Pero putea mal, viste. Hasta el yanqui más pelotudo (con todo respeto, Brandán) capta “boludo” pocas horas después de pisar Buenos Aires por primera vez. Por ahí se pasa un semestre entero aspirando merka en el baño de un boliche frente al cementerio de Recoleta, pero, sin lugar a dudas, antes de irse, habrá aprendido “dejate de joder” y un par de cosas más.

-Probablemente un treinta por ciento pasa al próximo nivel, lo que yo llamaría un conocimiento funcional. El acento, fatal; la conjugación de verbos, más allá del tiempo presente, un desastre. Pero un tipo así puede pedir lo básico en un restaurante y tal vez formular las frases necesarias para conseguir algo cuyo nombre desconoce, como un medicamento. Pero, sin superar este nivel, nunca llegará a participar en conversaciones entre hablantes nativos, nunca va a manejar el lenguaje con la sutileza que le permite captar dobles sentidos ni usar metáforas ni juegos de palabras, hasta los más simples.

-Así yo era cuando conocí a la gorda, dijo Stu.

-Y eso es lo esencial: más allá de la disciplina, superar la segunda etapa exige un cambio no académico ni intelectual, sino social: hay que, de una forma u otra, asimilarse a una comunidad de hablantes del lenguaje en cuestión. Es en esta fase que los franchutes te corrigen hasta que los querés matar a todos, en que los argentinos – y los hispanohablantes en general – te repiten el mismo cumplido cada vez que trabás una conversación con un desconocido, como si fuera por milagro que hables así: “pero ¡qué bien hablás!”

-Al final, si tenés suerte y ciertas capacidades lingüísticas, después de mucho, mucho tiempo, llegás a poder participar de un intercambio entre locales, hasta decirles chistes que les hacen reír. De hecho, la risa es clave, porque cuando metés la pata, es igual: tus interlocutores se cagan de la risa.

-Pero siempre se reían de mí, dijo Stu.

-Sí, pero ahora la risa es distinta. Se ríen, sabiendo que vos entendés porque lo hacen. Y no hay mejor forma de aprender que ser humillado, ¿no? Raramente volvés a repetir ese error, por lo pequeño que sea.

-Y luego, te hacés bilingüe, ¿no? le pregunté.

-No, loco, lo del bilingüismo es una mentira, una imposibilidad. Si no aprendés un lenguaje desde que sos muy chico, jamás vas a poder llegar a hablarlo perfectamente. Es decir, a menos que seas Joseph Conrad, olvidateló.

2 comentarios:

Almirante Margarito dijo...

Que encima era trilingüe. Si se hubiera quedado más tiempo en Francia hubiera sido también el mejor escritor en lengua francesa. ¿Con ser aristócrata no alcanza?

Anónimo dijo...

Digamos que o Conrad o Lanctot...